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7/12/12

Bragas de lunares rojos

    En las tertulias en las que a menudo se termina por hablar del trabajo policial siempre hay algún espontáneo que pretendiendo ser gracioso y picarón, se ofrece para realizar cacheos a detenidas. Su predisposición se hubiera desvanecido de inmediato si hubiera estado encerrado, en cierta ocasión, con una presa que llevaba unas bragas de lunares rojos. No por que fuera una incondicional de Agatha Ruiz de la Prada sino por que tenía el cuerpo lleno de pústulas y costras, cuya sangre coagulada se había impreso en su ropa interior que llevaba puesta desde hacía meses.
También hubiera servido de disuasión las arcadas difíciles de controlar cuando uno tiene que cachear a mujeres cuyos cuerpos desprenden olores a sudor y orines y se convierte en experto en adivinar el tiempo que cada una de ellas lleva sin lavarse  por la calidad y la intensidad de su aroma. Durante uno de los cacheos, una joven se excusaba por no haberse cambiado ese día de ropa interior. En verdad llevaba unas bragas perennes, ennegrecidas, amarillentas y acartonadas por los efluvios amorosos de sus clientes. Me imagino la desilusión del voluntario para cacheos cuando en una sórdida habitación hubiera tenido que registrar, por tráfico de drogas, a unas mujeres que decían tener la menstruación y terminar hurgando en las compresas sucias, en las que habían camuflado bolsitas de cocaína. O tener que retirar el pañal de una niña discapacitada, en el que sus amados padres habían ocultado joyas y heroína. Tampoco resulta grato tener que vencer la resistencia de las detenidas, ante una practica policial que necesariamente ha de afectar a su intimidad. Sus comportamientos vienen a delatar sus historiales delictivos. Las más veteranas se muestran orgullosas y desafiantes, mientras otras permanecen indiferentes y en escasas ocasiones avergonzadas o indignadas si son novicias.
Esos cuerpos burilados por la desgracia y que, con el paso del tiempo, se irán pudriendo por dentro y por fuera, con sus pieles llenas de hematomas, cicatrices y flacidez, difícilmente pueden despertar el deseo del disfrute carnal.

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