Han tenido que bombardearnos con los incesantes escándalos sobre negocios turbios para que todo un país tomara conciencia de la dañina figura del corrupto y situara la corrupción como la mayor de las preocupaciones ciudadanas. Tomando como referencia uno de los personajes de la política murciana, de cuyo nombre no quiero acordarme, permitanme que describa algunos de sus rasgos de personalidad, enmascarados detrás de su honorabilidad, su poder político y una irrepetible situación de bonanza económica.
No es el prototipo de delincuente al uso pero no está exento de peligrosidad por su necesidad insaciable de lucro. Se trata de un personaje eminentemente práctico, con escasa cultura o ningún interés hacia ella, que no sea el económico, y con necesidad de gratificación inmediata. Suele presentar una falsa generosidad con su entorno para compensa su egocentrismo y su narcisismo que a menudo dificulta sus relaciones interpersonales. Presenta un frialdad emocional que suele ser habitual en el delincuente actual y que le hace insensible a la crítica. Inhibe sus sentimientos de culpa mediante la satisfacción que le proporciona su inteligencia que en ocasiones le lleva a subestimar a su entorno y a despreciar profesionales como los integrantes del Poder Judicial a los que considera infantiles por verse lastrados por su sometimiento al Estado de Derecho. Gracias a su falta de escrúpulos, libera su agresividad recurriendo a la astucia y a sus pulcros modales que sólo abandona con su entorno más íntimo al que en ocasiones tiraniza. Sus fechorías de carácter económico le conducen a menudo a la prepotencia y a repetirlas de forma cada vez más temeraria convencido de su impunidad al no existir víctimas con nombre y apellido. Se adentra así en una espiral de delitos que su ambición ya no puede parar. Sus propias deficiencias afectivas le hacen incapaz de percibir su propia imagen de criminal reincidente. El corrupto es consciente de que su intachabilidad depende de su prestigio de ahí que sea cliente asiduo de los Juzgados, no como acusado, sino como querellante para defender su honor. También le hace fuerte la información de la que dispone y su pertenencia a una organización o a una Institución a la que la Ley evita enfrentarse. A ello hay que añadir el desencanto y la desmoralización de una sociedad que atribuye la corrupción a una debilidad de la naturaleza humana que siempre tiene un precio.
La suerte de estos delincuentes es que lo que realmente asusta al ciudadano de a pie es el personaje desviado, antisocial o con patología más o menos oculta, sin medios socioeconómicos y al que, con la crisis, se le niega, aun sin ser delincuente, cualquier pseudoactividad para la supervivencia, Es el blanco del ciudadano bien intencionado que llama a la policía cada vez que prostitutas, mendigos, artístas callejeros,chatarreros o guardacoches se hacen demasiado visibles.
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