No sé si han leído en Internet, el cuaderno del corrupto. Una lectura
obligada, al parecer, para muchos políticos y que explica, entre otras
cosas, como componer un tribunal de oposición a la medida de un
determinado candidato.
Lo primero,
conseguir mujeres floreros, de las que siempre habrá alguna en la
administración. Eso es sólo para darle color al tribunal y un aire
progresista, por aquello de la igualdad de género, como se le llama
ahora. Mujeres ataviadas con falda y tacón para la ocasión, que ríen las
gracias de sus colegas, que se creen con la obligación de decirles lo
buenas que están.
En segundo lugar,
elegir algunos corruptos, que estén pillados por los huevos y que se
muestren dispuestos a encumbrar al candidato, a cambio de correr un
tupido velo en los asuntos de Palacio.
El
tercer ingrediente, varios mandaos, sin voz ni voto, que no conocen el
significado de la palabra dignidad, y que se sienten halagados por haber
sido elegidos y cobrar unas dietas, dispuestos a morir por su amo, del
que esperan mejor trato y más
consideración.
Y
por último, no puede faltar el zorro viejo. Ese que lleva la batuta,
acostumbrado a cambiar de traje de luces, según el color político de la
plaza en la que ha de lidiar, y que sobreactuando, pone su inteligencia a
disposición del poder político, dejando, una y otra vez, muertos en la
cuneta sin ningún escrúpulo.
Todos
juntos, bien avenidos como un buen cóctel, son capaces de suspender al
propio Einstein que se estuviera examinando sobre la teoría de la
relatividad sin que ningún tribunal, de los de verdad, pueda condenar
tales prácticas.
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