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5/7/12

La libertad sexual

     Tenía mucho tiempo libre desde que le habían prejubilado y se había convertido en un asiduo viajero que se desplazaba en tren, sin que le importara realmente el destino. En cada ocasión se mostraba dispuesto a disfrutar del movimiento acompasado de la máquina, que se acoplaba a la sinuosidad de la vía férrea. Durante el trayecto, recorría los diferentes vagones en busca de una víctima apropiada para llevar a cabo sus maniobras lúbricas con total impunidad. El perfil buscado se correspondía con un menor, varón, que viajara preferentemente sólo y con aspecto de persona reservada y tímida.
Con deleite, se iba acercando a él, con aire despreocupado y despistado, cambiando en varias ocasiones de asiento, hasta llegar a sentarse al lado o al frente del muchacho. Mientras le devoraba con la mirada,  iba realizando muecas que pretendía fueran sensuales como antesala del placer. Asegurándose de no ser visto por los demás pasajeros, procedía a desabrocharse el pantalón, exhibiendo su miembro viril que empezaba a acariciar bajo su camisa, con un vaivén cada vez más pronunciado. Al aumentar su excitación, sentía la necesidad de contactar con su espectador involuntario, palpándole la rodilla o rozándole con la punta de sus pies, contagiado por espasmos  placenteros. El muchacho elegido, que a menudo tardaba en interpretar lo que estaba ocurriendo, permanecía petrificado sin saber que hacer, ni que decisión tomar, abochornado por la escena y pensando que aquello no le podía estar pasando a él.
       Esa mañana, el individuo fue detenido en la siguiente estación, después de que su víctima acertara a llamar a la policía. El hombre, tapándose la cabeza con su chaqueta, por aquello de preservar su identidad y dignidad,  insistía en que se estaba atentando contra su libertad sexual.  

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