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15/9/17

El narcosicario

Don Cayetano llevaba varios años en el poder. Como  Gobernador había colocado a sus hombres de paja, en todos los puestos de responsabilidad de su administración.
Mientras simulaba atender los intereses de la ciudadanía, se llenaba los bolsillos, coaccionando, extorsionando e incluso llevando a la ruina a los que podían  hacerle sombre.

Cuando una periodista empezó a cuestionar los tejes manejes, del que todos consideraban un altruista mecenas, el tirano montó en cólera. Hombre resolutivo y eficaz para sus negocios, hizo venir de Colombia a un reputado asesino. No iba a tener piedad. La periodista se lo había buscado, al no ceder a sus amenazas e intentos de soborno. Era necesario dar un escarmiento a los que se atrevieran a desafiarle. La quería muerta, en el maletero de su propio coche y con un tiro en la cabeza.
Rolando, el narcosicario, que al bajar del avión había recibido el encargo, empezó a asistir a las ruedas de prensa y a las mesas redondas donde invitaban a la beligerante periodista. Le llamó la atención su juventud pero sobre todo ese entusiasmo que la bella le ponía a todo lo que decía y hacía.
Algo se rompió en su interior. El sadismo que le caracterizaba estaba remitiendo. La simple vista de su víctima le enternecía, a él que era duro como la indiferencia. Él sabía que ella nunca se fijaría en un tipo, de mirada torva, como él.
Rolando regreso a su país. El mercenario  siempre cumplía lo pactado. Don Cayetano apareció, al día siguiente, en el maletero de su propio coche, con un tiro en la cabeza.

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