La chica le había
sonreído cuando se cruzaron sus miradas y el forastero se sintió
halagado al ser el elegido en medio de tanta gente guapa con ganas de
diversión. Se le había acercado para terminar de conquistarla con
piropos y palabras ingeniosas de hombre experimentado. Ella se
mostró, desde un primer momento, como embrujada por él, dejando
que invadiera su espacio con agarres cada vez más atrevidos hasta
que decidieron trasladarse a su apartamento, que ella decía
compartir con otra estudiante de derecho.
Todo fue de película
durante el precalentamiento hasta que sonó el timbre en el preciso
momento en el que ella se disponía a entrar en la ducha. Le
pidió que le abriera a su compañera de piso, que seguro se
uniría al juego sexual. El empresario, excitado ante tal
perspectiva, abrió la puerta sonrisa en boca para recibir un
empujón que le hizo rebotar contra la pared, mientras un golpe en la
nariz le dejaba aturdido. Fue amordazado y atado a una silla por su
atacante, que procedió con diligencia a registrarle los bolsillos,
para quedarse con su cartera y apoderarse de su reloj y de sus joyas.
El bestia le siguió golpeando hasta conseguir que le facilitara las
claves de sus tarjetas y averiguar donde tenía aparcado su turismo
de alta gama, con el que sabía que había llegado a la ciudad.
Conseguido el botín, el
salteador lo sacó del piso para darle una paliza de propina y
dejarle tirado, sangrando en la escalera mientras emprendía la
huida, no sin antes cerrar la puerta de la vivienda.
Cuando la policía llegó
al lugar, alertada por un vecino, y después de atender a la víctima
se propuso aclarar lo ocurrido. La chica, que dijo estar duchándose
con la música a todo volumen, aseguró horrorizada que no conocía a
ese señor y que no había oído ruidos de agresión.
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