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22/2/13

Lo pedían a gritos

  Se habían conocido en un bar de copas y después de hacerse el simpático se ofreció para ayudarles a encontrar un trabajo en algunos de los locales que él solía frecuentar y de cuyos propietarios era al parecer muy amigo. Había  adoptado una actitud paternalista de hombre experimentado dispuesto a ayudar a dos muchachas, sin oficio ni beneficio, que habían decidido venir a la ciudad para huir del control  paterno y de su empeño  por que  estudiaran. Después de invitarles a unas copas  se trasladaron a otro garito donde, tras  gastarle unas bromas de mal gusto a la camarera, pidió sin éxito ver al dueño.
Las peticiones de empleo resultaron infructuosas en todos aquellos bares a los que  fueron  acercándose, dejando en evidencia lo fulero que resultaba  ser    él que se había erigido en improvisado  protector de mujeres desamparadas. Cuando las chicas se convencieron de ello, decidieron marcharse a casa un tanto desalentadas por la experiencia. El hombre les propuso entonces  acercarlas al barrio donde tenían alquilado un modesto apartamento.  Por el camino este intentó sin éxito convencerlas para que le acompañaran a una discoteca de moda donde seguro iban a encontrar trabajo. No dejaba de fanfarronear, mientras ellas guardaban silencio hasta que detuvo su vehículo en un descampado y bloqueo las puertas para impedir cualquier intento de huida. Ante la perplejidad de las criaturas, el hombre se bajo la cremallera del pantalón para desenfundar sus atributos y empezar a acariciarse, pidiéndoles que participasen enseñándole  los pechos y masajeándose los pezones. Mientras con el otro brazo el sátiro se defendía de los golpes, que las mujeres que habían tardado en reaccionar le intentaban propinar, estas asustadas le gritaban que las dejara salir. Cada vez más excitado por la indignación de su público histérico el hombre culminó con éxito sus prácticas exhibicionistas.
  Cuando la policía le identificó, el galán se sorprendió de que le denunciaran ya que estaba convencido de que su numerito fálico era del agrado de sus víctimas que se lo habían pedido a gritos.

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