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26/5/12

La Corte de los Milagros


Estaba tumbada sobre el diván cubierta con joyas exóticas de marfil y oro. Sus pies menudos, pintados de nácar, asomaban bajo su fina túnica de seda que dejaba adivinar el contorno de sus piernas  de piel suave y bronceada. Entre brocados y rasos, recibía a sus pretendientes, bañada en esencias del misterioso Oriente. Todos esperaban impacientes a la entrada de sus aposentos para poder agasajarle con los brazos repletos de delicados presentes.
Su dedicación al placer carnal le había hecho olvidar sus sueños y a su niño de corta edad que las Instituciones le habían arrebatado.
Y es que la savia adulterada que recorría sus venas le exigía un combustible cada vez más puro y más heroico. Ya no tenía fuerzas para deambular por las calles, exhibiendo sus miserias al mendigar para poder comprar heroína. Sus órganos se habían ido disolviendo poco a poco en su interior, impidiéndole comer y caminar. Ahora, llena de costras y hematomas, se negaba incluso a pensar en sus escasos momentos de lucidez. Cuando le llegaba el subidón, que le incendiaba las neuronas, se convertía en una complaciente odalisca que ofrecía sus servicios a cambio de una sucia papelina.
Se había refugiado en los bajos del esqueleto de un edificio en construcción que, como ella, sólo presagiaba muerte. Tumbada sobre un colchón mugriento y húmedo, rodeada de basura, jeringuillas, heces y orines, recibía a una pléyade de poli consumidores que dejaba en mantillas a la Corte de los Milagros de unos tiempos al parecer más oscuros.

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