Al amparo de una sala de fiesta y a altas horas de la madrugada, su cuerpo se había convertido en una coctelera que mezclaba alcohol con cocaína y semen. Su belleza infantil acentuaba el sentimiento de compasión que despertaba su tez pálida, su maquillaje corrido y sus labios desgastados por los excesos. Bajaba las escaleras de la llamada zona VIP, reservada a esas horas del alba a esnifadores incontinentes y a adictos a relaciones vampíricas.
Con las piernas vacilantes y exageradamente abiertas, caminaba intentando mantener el equilibrio mientras sus medias satinadas se deslizaban por sus pantorrillas mojadas en orín. Se agarraba a un enorme bolso de charol color púrpura que parecía llevarle a ella, mientras su mirada perdida la situaba en el limbo. Un lugar en el que, sin sufrimiento ni gozo, uno se mantiene atrapado en medio de un éxtasis permanente, estupidificado por efecto de las drogas. Minutos antes, y después de incendiar la mente y la vagina de la niña, el pirómano, entrado en años, había salido del local recreándose bajando la escalinata de la discoteca, con ese aire de torero triunfador que realiza el paseíllo, erguido y receptivo al aplauso después de culminar su faena. La había abandonado a su suerte con esa mentalidad de usar y tirar que algunos aplican a las personas, con orgullo y sin sombra de remordimiento.
Con las piernas vacilantes y exageradamente abiertas, caminaba intentando mantener el equilibrio mientras sus medias satinadas se deslizaban por sus pantorrillas mojadas en orín. Se agarraba a un enorme bolso de charol color púrpura que parecía llevarle a ella, mientras su mirada perdida la situaba en el limbo. Un lugar en el que, sin sufrimiento ni gozo, uno se mantiene atrapado en medio de un éxtasis permanente, estupidificado por efecto de las drogas. Minutos antes, y después de incendiar la mente y la vagina de la niña, el pirómano, entrado en años, había salido del local recreándose bajando la escalinata de la discoteca, con ese aire de torero triunfador que realiza el paseíllo, erguido y receptivo al aplauso después de culminar su faena. La había abandonado a su suerte con esa mentalidad de usar y tirar que algunos aplican a las personas, con orgullo y sin sombra de remordimiento.
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