"¡Las cosas ya no son como antes!": suspiraba la Cloti mientras contaba billetes.
Y es que el burdel que regentaba ya no se parecía en nada a la casa de mujeres de moral distraída que siempre había sido tolerada en el barrio.
Y es que el burdel que regentaba ya no se parecía en nada a la casa de mujeres de moral distraída que siempre había sido tolerada en el barrio.
Años atrás, allí todo era parsimonia. Los clientes habituales, que en su mayoría venían de los pueblos, eran hombres solitarios, con algún tipo de tara física o con vidas aburridas que venían a desahogarse con señoras que a menudo ejercían de terapeuta y confidente. La escena de chicas al salón reunía a un grupo de mujeres cincuentonas, de pelo ralo, permanentado y desteñido, con dientes mal cuidados que se adornaban con bisutería ostentosa y seguían usando sujetadores ortopédicos y bragas sobaqueras.
Señoras que tenían su propia moral y que solían repetir que para que una mujer pudiera salir a la calle con decencia tenía que cumplir tres reglas básicas:: Lucir un par de zapatos limpio, utilizar siempre una buena faja y llevar la cabeza arreglada. Algunas eran amas de casa de hogares humildes que se dejaban caer esporádicamente por casa de la Cloti para sacarse unas perras y poder llegar a fin de mes. De hecho estaban encantadas con el supermercado que había abierto sus puertas cerca del prostíbulo para que los maridos, que venían a recogerlas, aprovecharan el tiempo haciendo la compra mientras las esperaban.
Señoras que tenían su propia moral y que solían repetir que para que una mujer pudiera salir a la calle con decencia tenía que cumplir tres reglas básicas:: Lucir un par de zapatos limpio, utilizar siempre una buena faja y llevar la cabeza arreglada. Algunas eran amas de casa de hogares humildes que se dejaban caer esporádicamente por casa de la Cloti para sacarse unas perras y poder llegar a fin de mes. De hecho estaban encantadas con el supermercado que había abierto sus puertas cerca del prostíbulo para que los maridos, que venían a recogerlas, aprovecharan el tiempo haciendo la compra mientras las esperaban.
Estas antiguas empleadas habían sido poco a poco sustituidas por prostitutas extranjeras jóvenes que atraían a clientes desesperados que guardaban cola en la puerta de la vivienda. Desde entonces el dilema de la Cloti afectaba a la rentabilidad del negocio: ¿Tenía que cobrar por tiempo, independientemente del resultado, por servicio felizmente cumplimentado o por una combinación razonable de ambos? Con unos precios de saldo, se habían multiplicado los servicios hasta el infinito y con ello los problemas.
Las quejas vecinales habían llegado hasta los medios de comunicación por culpa de un trabajo en cadena que ignoraba las más elementales medidas de higiene y por los incidentes y altercados multiculturales, cada vez más numerosos dentro y fuera del local.
Y es que como afirmaba la Cloti entre suspiros: las cosas ya no eran como antes.
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